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De "Tres Segundos de Memoria" de Diego Ameixeiras (IV): Gracias por su Visita

Gracias por su Visita

 

La única conversación que mantuve hoy en todo el día la compartí con la cajera del supermercado. En realidad, creo que son tres las que trabajan en ese mismo puesto, pero a mí sólo me importa una que se llama Maribel. Sé su nombre porque lo lleva escrito en una tarjeta colocada estratégicamente sobre su pecho izquierdo.

-¿Tarjeta descuento? -me preguntó esta tarde.

-No -respondí.

-Trece con setenta y cinco, por favor.

Le di el importe justo.

-Gracias.

-Hasta luego -me despedí.

Aquí delante tengo el tique de compra:

 

Salchichas Frankfurt: 0,45

Tomate frito brick: 0,47

Espaguetis: 0, 31

Champiñones laminados en lata: 0,53

Cervezas: 3,41

Whisky: 8,55

Bolsa: 0,03

TOTAL: 13,75

Le atendió: Maribel

Gracias por su visita

 

Maribel trabaja por las tardes. Sé que debajo de su bata roja se esconde un cuerpo bonito y apetecible, y a veces fantaseo con que no lleva nada debajo y necesita esmeros que sólo yo puedo dedicarle. A veces lo pienso cuando, ajena a mis pretensiones, pasa el código de barras de los productos por el detector de infrarrojos. Maribel tiene las manos gruesas, curtidas, y las yemas de sus dedos siempre están impregnadas de un color ceniciento. Se transformó desde hace unas semanas en rubia de bote, casi nunca sonríe y no podría decir de qué color tiene los ojos, porque siempre me saluda despegando bolsas, entregándole el tique al cliente anterior o doliéndose de la espalda.

Siempre pienso cómo serán sus mamilas gustativas, e imagino que repuntan bajo la bata coronando un escote al que le quedaría muy bien el adjetivo "abalconado". A veces me detengo a revisar la cuenta cuando atiende a otro cliente y así las observo de reojo desde otro ángulo, pero creo que un día se percató de mi estrategia y puso cara de feminista cabreada.

-Muerte al macho. Ningún falócrata sin su paquete bomba -imagino que piensa.

 

Hoy andaba muy agobiada con el trabajo. Cuando ya estaba colocado en la fila, tuvo que avisar por el micro para que le echaran una mano.

-Pasen por esta caja, por favor -dijo la otra compañera.

Mi compra y yo. Me quedé donde estaba, clavado en el suelo con mi cesta por valor de trece euros con setenta y cinco céntimos. De un golpe avancé varios puestos cara a ella -dos señoras prefirieron ser atendidas con mayor premura por la otra compañera-, y así viví el momento más emocionante de un día perteneciente al género tonto, como decían nuestros antepasados.

- ¿Tarjeta descuento? -me preguntó Maribel esta tarde.

 

Esto que lees es una traducción cutre salchichera perpetrada por mí de un capítulo de Tres Segundos de Memoria, de Diego Ameixeiras. El original en gallego es mejor y puedes (debes) comprarlo aquí . Si no puedes/ quieres leerlo en gallego, puedes esperar a que saquen una traducción como Dios manda. Como de momento que yo sepa no hay ninguna, tendrás que fastidiarte y tirar con esta, que para hacerse una idea vale. Si quieres utilizar esta traducción, pos fale, pero menciona su procedencia porque el "copirais" y esas cosas son de Diego.  

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